sábado, 11 de noviembre de 2017

A un extraño que aún extraño

"porque éramos amigos y a ratos, nos amábamos"
-Alfonsina Storni


Recuerdo con violencia: te aferro a mí, suelto...
Olvido, te vas, con intensidad regresas, te escribo, te borro...
Hay suspiros para ti, incontables, amables suspiros, dejo ir...
Recupero el recuerdo, lo atrapo en la marea de sentimientos,
la memoria me habla de ti, me quedo a escucharle...
Te ignoro, te niego, te desconozco y me hundo.
Mi corazón palpita aún tu nombre, hombre mortal. 
Continúo escribiendo para ti, en la necesidad, en el desasosiego, 
en la ternura de los días también te escribo. 
Fluyo...
No hablo de ti, nadie te recuerda
Los más nuevos no saben siquiera de tu existencia, me gusta así.
Qué brusca y bella vida, 
que de cambiantes contrastes está hecha. 
Qué enigmas se esconden en los encuentros, 
y aún aguardo uno más: el tercero. 
¡No, no! No espero, no habrá tercero: mejor así. 
Acaricio tu alma en silencio, comprendo la distancia. 
Soy más dueña de mí, he sacado las piedras del bolsillo. 
Un deseo: cielos de nubes manizaleñas para ti.
Otro deseo: sueños de opio, los más bellos según tú. 
Uno más: vida sin miedo: verdadera libertad, para ti y para mí. 
Tu n'est pas mon ami, tu est mon amoureux. 



martes, 17 de octubre de 2017

Yoga

Toco la tierra, 
la tierra que soy yo.
Uno, dos, tres: inhalo-me, exhalo-me.
Toco la tierra
a la que se arraigan mis pies desnudos. 
Uno, dos, tres, cuatro...
Conecto con mi cuerpo: mi materia. 
Inhalo el mundo, exhalo el mundo.
Me extravío entre respiraciones y movimiento,
entre la oscuridad de mis ojos cerrados 
y el equilibro ganado por la práctica. 
Ya no soy sino energía, no soy: estoy siendo. 
Mi mente suelta al pensamiento,
coopera, los monos han dejado de saltar.
Inspirar y espirar: spirare: un canto vital,
la celebración del misterio de la vida. 
Conecto con mi mortalidad, mi brevedad,
pues soy instante igual que tú. 
Al calor de las velas con aroma a vainilla 
invoco a mi espíritu que es presente. 
Toco la tierra, me encuentro aquí y ahora.  


lunes, 25 de septiembre de 2017

La tierra también conmemora

-Son las once de la mañana del martes 19 de septiembre de 2017 en la Ciudad de México; en unos minutos más sonará la alarma sísmica. Recuerde que es solo un simulacro en conmemoración al 32º aniversario del terremoto de 1985.
(MINUTOS DESPUÉS) -Ha comenzado a sonar la alarma sísmica, desaloje con precaución el lugar en el que se encuentre y colóquese en un sitio seguro. Yo haré lo mismo, público televidente. Siga los protocolos de seguridad y atienda las instrucciones del personal de protección civil.

Mientras el conductor de televisión repetía estas palabras, se le dibujaba una pequeña sonrisa en su rostro maquillado. Sonrisa que delataba la ligereza de la situación. En tiempos de calma, un simulacro no causa mayor estrés; sin embargo, se percibía un toque de tensión en el ambiente pues doce días antes había ocurrido un terremoto con epicentro en Chiapas que resultó fatal para este estado y para Oaxaca, no así para la Ciudad de México.

El simulacro se llevó a cabo con normalidad posteriormente la población regresó a sus actividades cotidianas y extra-cotidianas pues en ocasiones, después del simulacro, se otorga tiempo libre en las escuelas, por ejemplo. Dos horas, catorce minutos y cuarenta segundos más tarde, como si estuviese haciendo su propia conmemoración, la tierra liberó energía nuevamente en 7.1 grados de magnitud en la escala de Richter. Esta vez el nombre del caos fue deletreado en mi ciudad. Gritamos, nos abrazamos, se escucharon súplicas, se elevaron oraciones: el miedo se nos sentó en las piernas. Mientras la tierra se sacudía el estrés en un acto natural, nosotros vimos la vida pasar. Temblamos con ella, en ella. Con los ojos bien abiertos fuimos testigos de nuestra propia fragilidad, e incapacidad para detener su movimiento. Movimiento que, hasta hoy, nos ha quitado 186 vidas, vidas que no representan solo un número de tres cifras. Todas ellas tienen un nombre, un rostro, cada víctima tenía sueños, ambiciones, ocupaba un espacio en esta caótica ciudad. Casas, edificios, banquetas, escuelas: cientos de sitios han colapsado dejando gente herida y gente sin techo. 

Nos sacudió la tierra y despertamos: brotó la solidaridad colectiva. La sensibilidad social ha cambiado (y no digo que para siempre), guardamos silencio con dolor por nuestra gente fallecida a la vez que respiramos esperanza: se ha visto tanta cooperación...Tenemos una ciudad activa, una ciudad que alienta, aporta, auxilia, atiende. Dentro de muchas divisiones hay unidad. En cada centro de acopio hay manos que levantan, organizan, distribuyen los víveres. Dentro de cada albergue hay personas dedicando su tiempo a los demás, contando un cuento a los más pequeños, haciendo uso de la imaginación para hacer reír ahuyentando la angustia y liberando el trauma. 

Cuando la tragedia aterriza, nace la fuerza. Cuando el panorama se opaca, se emprende la búsqueda por el brillo. Cuando hay cenizas, renacemos de ellas. Cuando hay escombros, se levanta el puño y se guarda silencio, basta escuchar una voz para levantar toneladas de concreto. En medio del llanto, con el corazón agitado, aún con la cabeza llena de incertidumbre, la primera persona del plural (en femenino y masculino) se fortalece.  



miércoles, 16 de agosto de 2017

Es muss sein


A Lombardo "ojos de océano"


Ahora comprendo que el distanciamiento no lo causó mi fatal descuido ni mi absurda diversión sino la premura por entregarse plenamente a la soledad y la escritura. La necesidad de testimoniar su paso por el mundo se aceleraba en tanto la cronicidad de su enfermedad le recordaba su finitiud. 

Yo, enamorada de aquella frase de Octavio Paz: la vida no es de nadie, todos somos la vida, subestimé la fuerza con la que el destino, que a cada cual le es propio, emite su llamado; creí en la ilusión de lo duradero y en mis ganas de compartir la vida. La confianza que tengo en la verdadera comunicación, cuando es de persona a persona, me hacía desear profundizar más en nuestra relación: en la relación interindividual. 

Él, con envidiable y a la vez aprendible amor propio, sabiendo con certeza -quizá engañosa- cuándo es suficiente, repetía la misma acción que le perseguía desde siempre: distanciarse de la mujer que lo ama por un indescifrable pero intuitivo motivo. Poder decir adiós es crecer; no es soberbia, es amor, dice Cerati en la canción "Adiós"; canción que constantemente él reproducía como si fuese una advertencia; como una especie de inquebrantable destino. 

Sabiéndose enfermo y breve, más breve que la gran mayoría, encontraba en la idea de la muerte su impulso vital. El miedo, el dolor físico y la inquietud mental que conlleva la enfermedad es intransferible e inimaginable para los demás, no por ello es menos compartible. Abracé su enfermedad deseando con tanta fuerza su recuperación... le abracé tan fuerte que no quería soltarle. Su obsesión con la muerte se volvió mi obsesión, adquirí una manía por leer sobre riñones e insuficiencia renal. Deseé ser compatible con su tipo de sangre para donarle un riñón. La idea de finitud jamás tuvo tanto peso en mi vida como cuando estuve con él. "Nos identificamos de tal manera con las personas con quienes mantenemos una relación importante, que sus experiencias pueden convertirse en nuestras propias experiencias", afirma el sociólogo alemán Hans Joas. 

Le recuerdo enamorado de la poesía de Pessoa, la filosofía de Unamuno, la literatura de los rusos Andréiev y Gorki, el nihilismo de Nietzsche, la vida y obra de Richard Dadd -aquel pintor del que habla Octavio Paz en El mono gramático-. Salta a mi mente su silueta tocando el piano, moviendo la cabeza a manera de negación pues llevaba un buen tiempo sin practicar, me hablaba de sus planes: también quería dedicar una fracción de su vida a pulir su técnica en el piano. Le recuerdo seducido por la música, compartiéndome a Satie, a Stockhausen, a Bartok, reggae, ska, música japonesa... le recuerdo caminando, recorriendo largas distancias a pie. Le recuerdo despreciando a los pensadores que reducen el peso de la acción individual para fijar su atención en la acción colectiva que constriñe, porque era un ferviente defensor de la libertad individual. Coincidía con el anarquismo aunque le parecía irrealizable. Nos recuerdo leyendo cuentos de Kafka, poemas de Rosario Castellanos, hablando de la locura y los miedos, la pobreza, las clases sociales, la marginación, debatiendo el papel del Estado, la globalización, las relaciones de poder, el feminismo... nos recuerdo enamorados, tontos, bestiales, frescos, amables. Invoco nuestra relación epistolar y un silencio cómodo me arropa.  

Hoy más que nunca y con nostalgia resuena uno de mis poemas favoritos: Desde entonces, de José Emilio Pacheco: "ausencia, olvido, desamor, lejanía y nunca más, nunca, nunca, nunca" se lee en las últimas líneas. Tenía que ser, es muss sein. Nos separamos y él continúo cumpliendo su obra de la vida para después reunirse con su obsesión (la muerte), se acunó en los brazos de la oscuridad y ahora germina en el corazón de los que le conocieron.  Es la experiencia misma la que se encarga de enseñarnos que "lo que creíamos permanente demostrará que es solo fugitivo. Una y otra vez, lo que imaginamos repetible, no tuvo lugar nunca más", escribe Fuentes. Quedará el recuerdo, la ausencia, quedará el nunca más, quedarán sus ojos de océano en mi memoria. Sin titubeos suelto un agradecimiento profundo desde mi rojo corazón por haberle conocido y por soñar despierta a su lado. Con amor le digo buen viaje, caminante  




lunes, 5 de junio de 2017

Fijación marina


Digamos que no tiene comienzo el mar:
empieza en donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
J.E.P.



El mar comenzó para mí en un viaje a la Perla del Pacífico (como solía llamársele): Acapulco. Si bien, mi primer acercamiento con el mar fue cuando aún era una bebé, es algo que no está en mis recuerdos; solo una foto ofrece testimonio de ello. Por lo tanto, no puedo asegurar que mi mar comenzó en esa etapa de mi vida. No y no. Fue en Acapulco, yo tenía 11 años. Mi hermano menor y yo preguntábamos insistentemente a mi padre en qué momento aparecería el mar. Cada vuelta pronunciada de la carretera prometía ser la indicada para ofrecernos la vista deseada. La espera fue larga, pero finalmente parte de la bahía se nos mostró. 
Ahí estaba, azul ultramar, inagotable, apaciguado a simple vista, tan fresco, con tanta vida, otro mundo: el mar. Guardamos silencio ante aquel espectáculo: solo lo extraordinario trasciende a las palabras. El contacto con el mar fue breve acaso cuatro días. Sin embargo, un amor marino me arropó siguiéndome desde entonces.
Ahora, con el transcurrir de la vida, mis reencuentros con el mar son siempre distintos, siempre exquisitos. Me he sumergido en el frío Mediterráneo, en el turquesa Caribe, en el agitado Atlántico, en el cálido Pacífico. He visto criaturas marinas magnificas, coloridas, agresivas, nobles, suaves, puntiagudas. He vivido el miedo y el asombro que provoca el mar agitado, ENORME, queriendo hundir en sus profundidades cualquier barca minúscula que se aventure a cruzarlo. He tenido encima de mí olas enérgicas que parecen de concreto. He tragado tanta agua salada...
La brisa, el aroma y el sonido son inigualables cuando se trata del mar.
Nadar y nadar sintiendo la levedad del cuerpo, la densidad del agua salada, el movimiento de la marea. Nadar y nadar sabiendo que hay ecosistemas de toda índole bajo tus pies. Nadar en el mar, es sin duda, para mí, un placer incomparable.